Hacia un nuevo estudiante
Nuevo estudiante, nuevo maestro, nueva sociedad: términos inseparables.
La arcilla que tenemos entre manos los maestros, es un material precioso. Cómo sentimos las veces cuando apreciamos que la materia prima puede perderse. Y que, nosotros mismos (los profesores) no somos capaces (y nadie se llame a escándalo) de estar a la altura de algunos alumnos (¡a quién, por Dios, no le ha pasado!) de naturaleza realmente excepcional, y ante los que no nos hallamos capacitados para ejercer ninguna de nuestras docencias.
Porque el maestro, asimismo, debe ser nuevo, debe renovarse permanente, constantemente. Sabemos cómo suena utópico lo anterior, antes una sociedad (tal la que nos ha tocado habitar) en la que tenemos que vivir a salto de mata, en lo que Vargas Llosa llamara la zoológica tarea de la sobrevivencia, en medio de una selva darwiniana, en la que sólo quedarán, finalmente, los más fuertes.
Aún con todo esto, el maestro debe renovarse. No sólo con la asistencia a cuanto curso, seminario o foro está a su alcance, sino con el ingreso (o reingreso) al mundo de la lectura. Queremos decir que leer no es nada difícil hoy en día. Por la masificación de aspectos de la cultura como la edición de libros, en los días que corren no es imposible conseguir un clásico absoluto, como el Cándido, de Voltaire, o el Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, a sólo cinco soles, en ediciones no sólo decorosas, sino hasta empastadas (de Salvat o de la Oveja Negra).
Muchas veces el maestro no lee porque no tiene costumbre de hacerlo o porque ya cree satisfechos sus conocimientos con lo (poco, escaso, exiguo, magro) que le diera la Universidad. ÁCraso error! Un profesor adocenado sólo podrá proyectarse en un alumno de similar cariz. Un profesor aplastado por el peso (todos lo tenemos, y, para empezar hasta el mismo Atlas, que tenía que llevar, a sus espaldas, el peso del mundo) de las obligaciones, es el que mayormente medra en nuestro sistema educativo: con semejante espécimen, poco podemos hacer por lograr alumnos nuevos.
Porque el alumno nuevo no nace por generación espontánea. Es el producto de la cuidadosa proyección de su docente, de su maestro que, por cierto, no debe enseñar sólo en el aula (ni para el aula) sino que debe, allende ésta, lograr que su personalidad está, en todo momento y en toda circunstancia, presta para adquirir la dimensión ilimitada de los conocimientos.
La nuestra, por otro lado, es una etapa histórica sin fronteras. La llamada globalización, no abarca sólo a la economía, sino que es el producto de que el mundo, como decía el comunicólogo canadiense-norteamericano, Marshall McLuhan, se ha vuelto una aldea planetaria, en la que desaparecen distancias y diferencias, y todos estamos, con vistas al futuro, embarcados ya en el siglo XXI, que no empezará mañana (o pasado mañana) sino que hace ya algún tiempo empezó a vivirse, a padecerse.
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