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Memoria del aire 
       
Edición 1318
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                          Memoria del Aire 

               De Habich: Poeta y diplomático




Dentro de la feraz tradición peruana y latinoamericana de poetas y miembros del cuerpo diplomático, destaca, con perfiles singulares, el nombre de Edgardo de Habich, quien posee una sólida obra literaria que prestigia no sólo su nombre, sino que engalana el de nuestro país. Esto (no sé si de antes) es fácilmente reconocible desde el modernismo, cuando la escritura era, a la vez, una suerte de pasaporte diplomático que abría las puertas de las cancillerías foráneas. Así fue, en el Perú, con Chocano, con Porras, con Víctor Andrés Belaúnde, con José Alvarado Sánchez (que escribió bajo el seudónimo de Vicente Azar), con Enrique Peña Barrenechea y Raúl Deústua, entre otros.

En la gran patria americana, bastarían los nombres egregios, en México, de Octavio Paz; y, actualmente, en funciones diplomáticas de embajador de Argentina en el Perú, de Abel Parentini Posse, más conocido como Abel Posse, el inolvidable autor de Los perros del paraíso, Premio Internacional de Novela "Rómulo Gallegos", el máximo galardón que se otorga en su género en América Latina.

Nuestro querido Edgardo de Habich es uno de aquellos taumaturgos verbales que no permitieron (cosa sucedida en muchos casos) que la delicada labor diplomática arrincone a las musas y a los manes de la literatura.

Porque Edgardo fue diplomático de carrera. Y, así, desde ese lejano 1947 (tenía, apenas, 17 años) empezó su labor en Torre Tagle, donde ocupó todos los cargos de su profesión.

Desde entonces, claro, ya lo asediaban las musas, con las cuales viajó a la Embajada del Perú en Japón, a Dinamarca; y, luego, a la India (1964-1969). Allí también estuvo Octavio Paz, aunque no podríamos precisar si por los mismos años.

Luego es trasladado (¡qué cambiazo!) de Nueva Delhi a La Paz. En Bolivia está de 1969 a 1971, cuando es designado nada menos que a la Unión Soviética (1973-1974). Y claro que ya le tocaba ascender a embajador (si tenemos en cuenta que desde 1947 estaba en el Ministerio de RR.EE.) Aunque quien esto escribe tiene una explicación para ello: El también ha pasado un quinquenio en Torre Tagle: 1959-1964, y puede testimoniar que, por allí, había (¿queda aún?) un tufillo de resquemor contra los que pensábamos, contra los que creábamos. De otro modo no entendemos cómo, una mente tan brillante como la de nuestro autor, haya sido demorada para llegar adonde llegan unos cuantos "hijos de papá" o del Establishment, en poco más de un par de quinquenios.

Así, pues, este singular escritor (abogado, diplomático, poeta, periodista, dramaturgo y novelista) ya como embajador representó al Perú en Argelia (1975-1976) y Cuba (1977-1980). Finalizó su carrera con un honor: le tocó abrir la primera Misión Diplomática del Perú en Grecia, de 1985 a 1992.

Su carrera más importante, sin embargo, no fue la que hemos referido apretadamente, sino la de las letras: finalista en el concurso internacional de poesía "León de Greif", de Colombia. Premio Nacional de Teatro con "Eróstrato" (1961) y "Menos grande que la luna" (1963). Entre sus títulos figuran "Malicor" y "Matices de tormenta" (1963-1964, respectivamente), "El monstruo sagrado" (1964), "Embajador en Cuba" (1980) y "Traspié en el paraíso" (1984).

Por su poema "Muerte en los campos de Polonia" (contra la barbarie nazi sobre el pueblo hebreo) fue el primer latinoamericano no judío incorporado al Jad Vaz Shem, de Jerusalén.

Entre los textos que más ama Edgardo se encuentra Para Mery, un conjunto de poemas de alta y honda ternura, dedicados a su esposa, sin duda el gran amor de su vida. Se trata de varios poemas de amor y una melancólica prosa poética que encierran la radiografía de una pasión a toda prueba, el testimonio y tributo de una creación que demanda la violencia expresiva para arribar a esa cuota de belleza a la que (algunas veces) arañamos los poetas. Leamos:

"Felicidad, palabra oscura./ Apenas quizá la infinita palidez de tus mejillas/ o la sombra fugaz de tus ojeras,/ una mañana tibia o un ave melancólica;/ mi muerte enredada entre tu pelo,/ mis inviernos quemándose en tu cuerpo/ o mi soledad descansando entre tus muslos/ junto a tu sexo de alga y de cantórida".

Delicada ternura, pues, pero también tensa pasión, la que nos acercan a un libro de los más singulares escritos en la poética amorosa entre nosotros. ¡Felicitaciones al poeta y a su musa, Mery!


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