Era invierno, las mujeres de antaño se cubrían el cuerpo con largos trajes. La mazamorra y el arroz con leche estaban en todo su apogeo. Lima, la hermosa aún, lucía sus imponentes balcones aristocráticos. Las amplias e impecables plazuelas seducían a miles de foráneos. En fin, la vida transcurría sin tantas tragedias. Simultáneamente, detrás de las cortinas de un hogar de clase media, en el Callao, una niña se despojaba de su convencional uniforme escolar, se soltaba las dos colitas y se quitaba la clásica cinta blanca. Sus inocentes labios se tiñeron de carmín. Parada frente al espejo, pronto sucumbiría a la coqueter’a de mujer adulta. Era Betty di Roma, tenía apenas 13 años cuando decidió dejar atrás, y para siempre, sus vestidos de niña, para cambiarlos radicalmente por diminutos atuendos. Su ropero infantil se llenó de falditas, trajes escotados y bikinis. Todo por amor al mambo, ritmo de moda en los años cincuenta. Su ímpetu pronto la llevó a pisar por primera vez un escenario capitalino... Los aplausos y las ovaciones no se hicieron esperar. Había nacido una nueva reina del mambo ¡maaaambooooo! El mambo ya causaba furor en todo el mundo. Cuando ella lo escuché por primera vez, aquí en Lima, el ritmo se le quedó prendido en el cuerpo y en el alma.
betty di Roma es una suerte de mito viviente, que en su momento cautivó a más de un aristocrático caballero, durante el gobierno del general Manuel A. Odría y luego, de Manuel Prado y Ugarteche. Los jóvenes de ahora quizás no sepan de quién hablamos pero los de antes, ¡cómo no!
Ella fue una de las más completas bailarinas que tuvo el país. Su especialidad era bailar mambo. Su vida estuvo ligada a personajes del poder, quienes la requerían por su belleza sin par. Miles se volvieron locos cuando la conocieron, y noche a noche se daban cita en el Embassy, el Copacabana o en el Grill del Hotel Bolívar. Les bastaba con sólo apreciar el esplendor de su belleza.
Su cintura de avispa era envidiada por las más grasudas ricachonas de su época. La redondez prominente de su busto turgente, agradeciendo siempre al cielo por las bondades de su natural belleza, turbaban hasta al más santurrón. Y ¡Ohhhh qué piernas! Esas apretadas carnes que quedaban dibujadas en el aire, al elevarse en un pasito inspirado por Pérez Prado.
La masa se electrizaba, el fervor de las multitudes, acostumbrada hasta aquel entonces a ver sólo largas ténicas y de vez en cuando, uno que otro "tobillito", que para la época constituía la mayor vergúenza pública.
Betty di Roma fue el blanco preferido de los periodistas de espectáculos, quienes trataron de ligarla a los escándalos, pero ella prefirió no ventilar su vida privada. Muy distinta a las vedettes de hoy, quienes disfrutan al verse de cuerpo entero en pequeños pero escandalosos diarios "chichas" donde las relacionan con futbolistas, productores de TV, ejecutivos, y con quien les dé la gana. Algunos veteranos cuentan que las Maras y Anakaonas del ayer tenían lo suyo, es decir, "aventurillas" pero eran muy discretas.
Raíces de artistas
Hija de padre italiano, Betty di Roma decidió conservar su verdadero nombre y apellido. Es la menor de seis hermanos. Todos vinculados con el arte: Alex, concertista; Antonio, bajista y violinista; José, arreglista y bajista; Fanny y Teresa. Su madre tuvo un segundo compromiso, ahí Betty tiene seis hermanos más, los Castros, que también son artistas.
Un día, de tanto ver bailar a su cuñada, Betty se animó a bailar y no lo hizo mal. Luego la animaron a participar en un concurso promovido por periodistas para formar una compañía revestiril, el jurado la eligió como una de las veinte mejores chicas. Tongolele la señaló como la que mejor bailaba el mambo y entonces firmó contrato con la compañía "Bikini Girls". Tuvo éxito.
El público la convirtió en su ídolo. Pese a su corta edad, no dejó que se le subieran los humos a la cabeza. Era hija de artistas y veía todo muy natural. Dejó sus estudios cuando cursaba el último año de educación primaria en el colegio Hipólito Unanue del Callao, para dedicarse ’ntegramente a la vida artística. Nacida en Ica, vivió desde los 13 años en el Callao y sus mejores recuerdos los guarda del barrio porteño, por eso todo el mundo le decía Betty, "tú eres chalaca". La gente la identificaba, ahí la querían mucho.
Antes de pararse frente a un escenario, Rafael Ferreyra, su eterna y única pareja de baile, la preparó durante seis meses, junto a Mara "la exótica" y Anakaona, en radio Lima, en la avenida Uruguay. Después de su debut, las tres lograron trabajar, junto a Los Panchos, María Victoria, Fernando Fernández, Pedro Infante, Tongolele, Celia Cruz, Olga Guillot, Libertad Lamarque y Ana de Taleta, que fue Miss México en esa época. Además alternaron con la mayoría de los artistas cinematográficos mexicanos.
En su momento, el mambo se convirtió prácticamente en un desafío, hasta el punto de excomulgar a mucha gente que lo bailaba.
A pesar de que ahora la sociedad ha cambiado, en sus años mozos Betty no sintió abiertamente el rechazo de la censura. Ella no creía que hacía cosas obscenas ni nada por el estilo. En el ambiente artístico, existía un respeto mutuo entre sus compañeros. Mara, Anakaona y Betty di Roma, las tres bailaban mambo. Anakaona era exótica, Mara sensual y Betty la más juguetona, la más alegre.
Cada una gozaba de un peculiar estilo a la hora del baile. Para Betty, el mambo significaba toda su vida. Por el mambo tuvo la oportunidad de ser artista, de tener las cosas más bellas, de conocer varios pa’ses, de poder darle a su familia todo lo que soñaba, ansiaba llevar a sus hermanos a vivir a Europa, que conozcan el mundo, los mejores vestidos, los mejores perfumes, los mejores zapatos, los hombres más bellos de Italia, los hombres más gentiles del mundo.
"Ahora me puedo morir tranquila, porque Dios me ha dado más de lo que merezco y todo eso se lo debo al mambo, que para mí es toda mi vida".
Mujer de apasionados romances.
Tenía 17 años cuando se enamoró por primera vez. Pero poco le duraría el ensueño, ya que tuvo que decirle adiós a su amado, quien enrumbó en un viaje sin retorno a Estados Unidos. Años después, en pleno goce de su popularidad, sucumbió a la galantería del conocido periodista Francisco "Foncho" Miró Quesada. Su pinta de galán de telenovela la deslumbró, dando inicio a una de las más desaforadas pasiones de la época. Un auténtico "banquetazo".
Aquel romance primaveral se mantuvo inicialmente en silencio, pero pronto se convirtió en un secreto a voces. La sociedad conservadora limeña de entonces no aceptaba esos romances. Pese a que se amaron mucho, la diferencia de clases sociales era abismal y terminó por separarlos. De esa manera se diluyó una relación que prometía.
Desde entonces, Betty, pese a su belleza sin par y a sus miles e embobados admiradores, no se casó ni tuvo hijos. Se dedicó totalmente a su trabajo, el mambo era su vida. La soledad nunca la aterró, porque según sus propias palabras, "el ser humano jamás está completamente solo".
A estas alturas de su vida, la reina del mambo disfruta en su casa de Nueva York de todo lo que le ha brindado su talento artístico. Y es que la entrañable Betty fue, es y será una mujer hecha para el espectáculo. Con talento artístico ya no interesa la edad. "Hay jóvenes que se sienten viejos, y viejos que se sienten jóvenes; el aspecto físico se debe cuidar, pero lo importante es el talento". |