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Memoria del aire 
       
Edición 1312
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               Memoria del Aire

Alberto Valcárcel: monumento en vida



no sé cuánto le habrá costado al de suyo generoso César Angeles Caballero (aún no repuesto de la ineluctable partida de su compañera de más de cuarenta años: Orfelinda); cuánto habrá luchado para lograr la autorización del poeta Alberto Valcárcel para la publicación de su libro A.V.: poeta entre dos orillas, verdadero monumento en vida que le dedica el ex rector de la Universidad de Ica al autor de Poemas corales (1994).

Porque no obstante que mucho se habla del hipertrofiado ego de los poetas (invoco a los manes del inmortal José Santos Chocano), siempre (creo, me parece) existe un cierto pudor, o, si ustedes no gustan de esa palabra, digamos, entonces, la sindéresis, que nos hace evitar el humo del incienso, máxime si somos nosotros a quienes se dirige el viento de éste.

En la literatura peruana, en los suplementos de fin de semana, últimamente, medran las mafias (y ya lo hemos denunciado, y lo seguiremos haciendo, aunque ello nos cueste que nos invitaran a un reportaje (con fotógrafa enviada a mi estudio y todo lo demás) que finalmente no saliera, porque antes apareció un artículo mío en el que hablaba de los mafiosos que se echan elogios entre ellos: pero estamos dándole tiempo para hacer la denuncia más completa, con nombre y apellido. No nos temblará la mano para ello, porque aquellos mafiosos no son dueños del medio, sino que se aprovechan de sus "relaciones". Pero como dice el corito popular: "Y va a caer... Y va a caer... ¡El gran mafioso va a caer!)

Decíamos lo anterior, porque Alberto Valcárcel, como varios otros, ha desarrollado su obra al margen de las mafias y los mafiosos.
Lo conocemos como un obrero de la literatura, como un galeote del verso, como alguien que ha desempeñado varios e inverosímiles oficios (como los de subprefecto y prefecto: cargos que, en lugar de hacerle apetecer riquezas y oropeles, le sirvieron para impulsar... la poesía. Todavía queda en la memoria literaria de este país desmemoriado su inolvidable Congreso Nacional de Poesía realizado en la ciudad de la Bella Durmiente, en Tingo María, en los años 70s, antes de que este privilegiado rincón de la patria se convierta en paraíso de narcos y en territorio de insurrecciones).

Nacido en Puno, Alberto (a quienes algunos dicen Dorian Gray porque, como el celebérrimo personaje de Oscar Wilde no envejece(es un hombre apacible, cuyo único defecto que, por cierto, compartimos, es dedicar sus versos más encendidos a lo más encendido que hay en este mortecino mundo: el amor, las mujeres y el encanto de lo popular.

Angeles Caballero, intelectual de prosapia y de caudalosa bibliografía, cuya obra sobre la Tesis universitaria fue más best-seller que Cien años de soledad, ha dedicado cuatro años de trabajo al estudio de la vida y la obra de Alberto Valcárcel, fruto de lo cual es un libro no sólo minucioso (como todos los que hace el esclarecido polígrafo), sino provisto de un material iconográfico que comprende fotos del bardo desde su más tierna edad hasta la indefinible de ahora. Como atinado colofán de su libro, don César incorpora un homenaje a doña María Acuña Sandionigi, progenitora del poeta, y personaje determinante en la formación de la sui géneris personalidad del autor del poema "Fiesta de la Candelaria", bellamente musicalizado (para canto y piano) por el compositor Alejandro Núñez Allauca, y estrenado en el auditorio de la Sociedad Suiza de Milán por el tenor peruano Ernesto Palacio y el músico Samuele Pala.

Al año siguiente, esta misma pieza fue estrenada en USA por Margarita Ludeña y el gran músico peruano Edgar Valcárcel, primo de Alberto, y autor, asimismo, de varias musicalizaciones de poemas de AV.

En la relativamente breve, pero intensa, obra de Valcárcel, destacan los Poemas corales, porque recogen las ansias reivindicatorias de las mayorías nacionales, y sitúan a los héroes en su lugar exacto, como encarnaciones de esas voces silenciadas a las que el bardo exalta, y luego sus músicos colaboradores ponen melodías.


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